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La inteligencia artificial (IA) avanza a velocidad vertiginosa y tiene expectativas de crecimiento espectaculares. Numerosos laboratorios farmacéuticos y empresas tecnológicas están invirtiendo en este campo. Como la IA necesita acceder a gran cantidad de datos, se plantean importantes desafíos éticos junto al innegable potencial para el desarrollo eficiente de fármacos.
La inteligencia artificial (IA) supone un punto de inflexión con respecto a la forma tradicional de diseñar y desarrollar nuevos fármacos por las enormes oportunidades que plantea [1]. En el sector médico, la IA ya es una gran aliada para mejorar los sistemas de diagnóstico o de medicina personalizada. En general, el impacto de las IA específicas ya existentes no tiene precedentes y las expectativas de crecimiento superan los mil millones de dólares en los próximos diez años, según la agencia Bloomberg (Figura 1) [2]. Los algoritmos de IA específica tienen el potencial de transformar la mayoría de tareas relacionadas con el diseño y desarrollo de nuevos fármacos de modo que los experimentos físicos solo sean necesarios para validar resultados. Por ejemplo, según un análisis del grupo Boston Consulting las empresas farmacéuticas que utilizan un enfoque de IA tienen más de 150 candidatos (moléculas pequeñas) en desarrollo y más de 15 ya en ensayos clínicos [3]. Sin embargo, sobre la IA en general también planean dudas y desafíos no sólo por su propensión a equivocarse o para asegurar la privacidad de los datos que la alimentan, sino porque ni los técnicos saben explicar con exactitud porqué ha tomado una decisión en un momento dado [4].