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El dióxido de titanio se utiliza en numerosas ocasiones como opacificante y colorante en alimentos, cosméticos y productos farmacéuticos. Sin embargo, su potencial carcinogénico y las repercusiones directas e indirectas en los medicamentos de uso humano y veterinario obligarían a la industria a desarrollar nuevas formulaciones para la mayoría de los productos de dosis sólidas orales.
En febrero de 2020, la Unión Europea publicó que el dióxido de titanio debe clasificarse como carcinógeno vía inhalatoria (Carc. 2, H351. Inhalación) para determinadas formas en polvo del compuesto, según el Reglamento sobre clasificación, etiquetado y envasado de sustancias y mezclas (CLP) [1 y 2].
Al mismo tiempo, en mayo de 2021, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó una evaluación actualizada sobre la seguridad del aditivo alimentario dióxido de titanio (E 171), en la que concluía que el dióxido de titanio ya no puede considerarse seguro cuando se utiliza como aditivo alimentario debido a las numerosas incertidumbres existentes en cuanto a su toxicología, en particular, el hecho de que no se pudo descartar el potencial de genotoxicidad [3].