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El acero inoxidable (AI) suele ser el sustrato preferido para aplicaciones regidas por prácticas correctas de fabricación (PCF) y constituye la mayoría de las zonas superficiales de contacto de los productos. En especial, las series del AI austenítico (por ejemplo, 304L y 316L) se han utilizado mucho en aplicaciones farmacéuticas por su gran resistencia a las manchas y la corrosión, y por su asequibilidad. Aunque se denomine inoxidable, en realidad es resistente a la oxidación. Esta propiedad procede de su capacidad para formar en la superficie, de manera natural, una capa pasiva rica en óxido.
La pasivación adquiere importancia cuando se discute la resistencia a la corrosión de los metales que constituyen el equipo de fabricación. El proceso de la pasivación, mediante el cual se forma una capa pasiva en la superficie del AI, ocurre de manera natural en presencia de oxígeno tras eliminarse la materia exógena de dicha superficie [1-3]. La capa pasiva formada en la superficie del AI se convierte en el medio protector primario para impedir la corrosión. El acero inoxidable puede corroerse tras una reducción sustancial de la proporción cromo-hierro, lo cual produce la oxidación y la posterior liberación de óxidos de hierro que se depositan en las superficies.