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La cosmética del siglo XXI ha evolucionado de una forma exponencial. Se ha pasado de productos cosméticos con acciones globales, a otros que tienen objetivos específicos persiguiendo efectos antioxidantes, antiarrugas, regeneradores, despigmentantes, etc.
Se ha investigado sobre nuevos activos cosméticos procedentes tanto de origen animal, vegetal, mineral, como de síntesis. Lo mismo ha ocurrido con el resto de los ingredientes que componen la formulación de los productos cosméticos, en cuyo campo se han desarrollado multitud de compuestos en los que la cosmeticidad y la estabilidad física y química son de los objetivos más perseguidos. Se han innovado nuevas texturas, pasando de las cremas de día (generalmente emulsiones de fase externa acuosa) y cremas de noche o nutritivas con sensación untuosa (generalmente emulsiones de fase externa oleosa), a otras formas cosméticas con propiedades organolépticas muy agradables y, lo más importante, con propiedades para vehiculizar a los activos cosméticos al lugar concreto donde se quiere ejercer la acción.