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La biotecnología ha demostrado ya suficientemente la realidad de las potencialidades que se apuntaron desde que, en 1973 hiciera su aparición la ingeniería genética, que vino a transformar de manera radical un campo que hasta el momento se conocía como biotecnología tradicional. El carácter horizontal de la biotecnología hace de ella una disciplina fundamental de aplicación no sólo en la industria farmacéutica, sino también en las ligadas al medio ambiente, la agricultura, la ganadería, la alimentación, la química y los combustibles.
Desde tiempos inmemoriales el hombre y, por extensión, nuestra sociedad ha ido adquiriendo conocimientos sobre el medio en el que vive y la manera más adecuada de emplear este conocimiento para una mejor adaptación y, por ende, una mejora en su calidad de vida. La domesticación de especies vegetales y animales, fechada en el Neolítico, fue la causa fundamental del sedentarismo de las primeras sociedades humanas. Hoy día conocemos que esta domesticación no es más que el resultado de cruzamientos genéticos y un proceso de selección inducido por el hombre.
El progresivo e imparable conocimiento del entorno que nos rodea, fruto de la pasión del hombre por el saber, ha llevado a lo largo de los siglos a influir y utilizar la naturaleza como fuente de soluciones a los numerosos retos a los que nos hemos enfrentado. Así, ya en el antiguo Egipto y la antigua Grecia fabricaban “productos biotecnológicos”, como la cerveza, el vino o el pan. Las prácticas de la China imperialista para la inmunización contra la poliomielitis sirvieron como fundamento para el desarrollo, previo asilamiento de los tres serotipos de virus responsable de esta pandemia, de la primera vacuna antipoliomielítica a mediados del siglo XX.